¿POR QUÉ UN ENTRENAMIENTO DE LOS PROFESIONALES DE LA SALUD EN EL CONOCIMIENTO DE LA DIMENSIÓN ESPIRITUAL?

Si damos una mirada al campo de la Salud en general, y al área de la Salud Mental en particular, vemos que aún hay poca discusión sobre el papel que se le da a la Espiritualidad en la concepción de la Salud y en los abordajes preventivos y terapéuticos.

Este panorama podría motivarnos a revisar:

  • ¿Por qué esta ausencia?
  • ¿Qué relación hay entre la tarea clínica y la espiritualidad? ¿Tenemos sesgos?
  • ¿Es necesario o no el  entrenamiento de los profesionales de la salud en el conocimiento de la dimensión espiritual?
  • ¿Cómo entrenarnos?

La gran ausencia

Seguramente son varios los factores que contribuyen a lo que podríamos llamar “la gran ausencia” de la Espiritualidad en el campo de la Salud, pero aquí comentaremos muy someramente sólo dos, que a su vez, están interrelacionados: la hegemonía del modelo médico-científico dentro del sistema de salud, y la discusión entre Ciencia, Religión y Espiritualidad.


La tarea clínica y posibles relaciones con la espiritualidad

Ferrer (2010) trata este tema en la formación médica, ya que para él no se puede concebir a la Medicina sino como Humanística. Fundamenta esto en que los médicos tratan a los seres humanos, y especialmente en los momentos que son nudos existenciales, como ser nacimiento, muerte, enfermedades, que nos enfrentan a la búsqueda de significados trascendentales.

Entonces, si se entiende la espiritualidad en su sentido amplio, “como la búsqueda del significado de la vida, de los valores y de la virtud, reconociendo el individuo humano su limitación y su apertura a algo mayor que él” (el universo, la humanidad, los grandes ideales morales, la Verdad, la Justicia), estos nudos existenciales remiten a la espiritualidad, y la actividad clínica está atravesada por la misma.


Los sesgos, cuáles y de quiénes

Hablemos entonces  de sesgos, cuáles y de quiénes. Para ello podemos  recurrir a un autor como Harry Aponte, médico psiquiatra y renombrado terapeuta familiar sistémico, conocido por dedicarse muy especialmente a la formación de terapeutas familiares, y a los sesgos de los mismos. Para él es importante que los terapeutas reconozcan que siempre operan desde sus creencias y valores, y que no hacerlo conciente aumenta el sesgo, siendo los principales los relacionados con  las cuestiones políticas, religiosas y  espirituales. Asumir esa realidad implicaría ya no preguntarse si puede operar fuera de esos ítems, sino desde qué lugar opera en y con cada uno de ellos, cómo los integra o los excluye.


La necesidad o no del entrenamiento de los profesionales en el conocimiento de la dimensión espiritual

Vimos que no todos tenemos la misma concepción sobre la espiritualidad, y menos aún sobre nosotros como seres espirituales, pero lo que es innegable es que existe como tema,  sea para algunos una metáfora, sea para otros la Realidad.

Y este debería ser motivo para repensar la necesidad o no del entrenamiento de los profesionales de la salud en la consideración de esta temática, y en las posibles consecuencias  de que permanezca como un sesgo o no.
Hoy, aún para aquellos que, como dice F. Walsh, la espiritualidad no es un tópico especial, sino un telón de fondo,  de todos modos suele carecerse de formación específica para abordarla e investigarla.

Aún si la espiritualidad fuera algo que  “respiráramos” como   “el aire nuestro de cada día”, eso no significaría que no requerimos un trabajo de conciencia sobre el mismo. De hecho, también con algo tan natural y obvio como la necesidad de respirar, existen muchísimas técnicas para mejorar los beneficios que se pueden alcanzar con la misma.¿Cómo no incursionar entonces en la profundización sobre toda la Conciencia   de esta dimensión?.

H. Aponte no sólo opina que los terapeutas necesitan capacitación para integrar la dimensión espiritual, sino que remarca que “trabajar con la espiritualidad exige tanta pericia como trabajar con emociones y relaciones”.

Más allá de que terapeuta y paciente puedan tener múltiples divergencias en sus concepciones sobre la espiritualidad, la tomen en sentido amplio, o más estrictamente - como seres multidimensionales-, o como mera metáfora, es importante estar dispuesto a explorarla. Explorar por ejemplo qué consecuencias trae en el proceso terapéutico que en el mismo esté implícito “no preguntar-no decir” nada sobre este tema.  Si aceptamos la necesidad de esta exploración, posiblemente aceptemos también la necesidad, y el beneficio, de capacitarnos en la misma. Podríamos no solo identificar mejor nuestros sesgos, los del sistema de salud,  y/o los de los pacientes, sino principalmente, aventurarnos a buscar y encontrar todas las relaciones posibles entre la espiritualidad y la salud.

Para H. Aponte el gran reto está en ver cómo se vincula lo espiritual con lo psicológico, en cómo operar profesionalmente con la propia espiritualidad y la de los pacientes, y su relación en la vida cotidiana. Así llegamos  al último punto de esta propuesta reflexiva.


¿Cómo entrenarnos? Algunos retos

Como ya vimos, la primera dificultad que se presenta cuando se habla de si los profesionales de la salud deberían o no abordar la espiritualidad, es la confusión que todavía hay entre espiritualidad y religión,así que  el primer reto fue establecer esa distinción.

Si bien está claramente establecida desde la teoría, aún muchos profesionales encuentran los bordes muy difusos, sobre todo si hablamos de la espiritualidad en sentido estricto, y eso les hace temer meterse en terreno que consideran no es de su competencia.

Sin embargo la distinción existe, es clara, y absolutamente válida, por lo cual  entrenarnos en abordar la espiritualidad no nos convierte en religiosos, y tampoco  necesariamente en estudiosos de las religiones,  aunque también  podrían incluirse como lo fundamenta Ferrer.

La segunda dificultad podría ser la concepción que se tenga sobre la espiritualidad (amplia, estricta o metáfora poética) pero también concluimos, que en cualquiera de sus formas todos tienen alguna postura respecto a ella, por lo tanto no debería ser un tema tabú. Pero, una vez sorteadas estas dificultades nos encontramos con otra ¿Cómo podríamos entrenarnos para abordarla en cualquier campo de la salud?

Y aquí vuelve a relucir la discusión que vimos se entabla entre ciencia y espiritualidad. Es decir, para que el entrenamiento sea válido ¿hay que entrenarse según los parámetros del modelo científico hegemónico? ¿O hay que hacerlo de un modo absolutamente diferente?

Así como H. Aponte dice que el gran reto actual está en ver cómo se vincula lo espiritual con lo psicológico (y específicamente con la tarea clínica), para Ken Wilber, conocido psicólogo transpersonal, el gran reto de nuestros tiempos es la integración de la relación entre la ciencia y la religión. Emprendiendo esta tarea, toma también como primer paso la distinción entre religión y espiritualidad, aspirando a que las religiones puedan aceptar esa diferencia, y trabajen más que sobre lo que algunos denominan los mitos de cada una, sobre los núcleos comunes de estas grandes tradiciones espirituales (que él encuentra es La Gran Cadena del Ser, que sería la concepción multidimensional del hombre).

Y el segundo paso que resulta de su trabajo, es mostrar que el matrimonio entre las ciencias y la espiritualidad es posible, en términos aceptables para ambas partes,  sin que ninguna pierda identidad ni quede arriba o debajo, sino una al lado de la otra.

Siendo que hoy en día el modelo hegemónico es el de las Ciencias, comienza por investigar cuáles son las objeciones que hace la misma a la validez del conocimiento espiritual.

Es muy interesante como va desarticulando, casi al estilo del judo -es decir, usando la misma fuerza del adversario-, las objeciones habituales. (Wilber, Ken, 2004). Concluye que, con respecto a la primer objeción que suele hacer, que no existe el conocimiento interior,  la ciencia “convencional” debe aceptar que no puede objetar su existencia, ya que para conocer y analizar los datos objetivos del  mundo empírico usa un aparato conceptual que responde a estructuras internas, no sensoperceptivas (números imaginarios, ecuaciones, álgebra, lógica): es decir  la ciencia no se limita entonces a fragmentos sensoriales. Y si aceptan la existencia del conocimiento interior, sólo podrían rechazar aquellas modalidades del mismo que carezcan de métodos válidos de verificación. Y aquí es donde Ken Wilber defiende que la espiritualidad, que es una modalidad de conocimiento interior, se ajusta a las mismas tres características del método científico (que la diferencian de la poesía o la superstición):

  • Prescripción con instrumentos: hay un modelo, un paradigma con instrucciones a seguir, con instrumentos “Si quieres saber esto, deberás hacer esto otro”.
  • Empirismo: En principio rescata el sentido amplio de experiencia, que  no es únicamente sensorial. Es experiencia, y es conocer por  experiencia de la  prescripción, es aprehensión directa de datos;  evidencia y prueba experiencial.
  • Verificabilidad: los datos de la experiencia son cotejables  con otras personas que hayan cumplido con los dos primeros puntos.

Es muy importante no confundir los niveles de conocimiento, es decir, por ejemplo, no intentar “demostrar” la experiencia espiritual con el conocimiento racional-mental o con el sensorial de lo material visible. Aceptar que es otro tipo de experiencia y conocimiento.

Como dice Mirra Alfasa, gran investigadora y creadora junto con el filósofo Aurobindo de lo que denominaron el yoga integral: “El espíritu científico no está necesariamente limitado reduccionistamente a la variante materialista de la ciencia, aunque sea dominante en el presente. El espíritu científico es una actitud de la mente que puede y debe ser tomado hacia todos los aspectos de la existencia en el ámbito perceptual del ser humano, sean o no materiales, ya que inmaterial no es sinónimo de irreal o no existente” (van Vrekhem, G,  2000).

En el campo de la salud, para que la espiritualidad pueda transitarse como ciencia, debe poder ofrecer el cumplimiento de estas tres vertientes, tanto para los profesionales como para los pacientes: que haya instrucciones que se puedan seguir, que alguien haga la experiencia de seguir las instrucciones, y que pueda cotejar los datos que surjan de la misma con otros que sigan el mismo paradigma.

También es pertinente preguntarnos por qué, aún  los profesionales que hablan abiertamente de la espiritualidad como parte de su trabajo, suelen omitir cualquier referencia hacia una de las variantes  del sentido estricto, la que incluye explícitamente el mundo invisible o las fuerzas ocultas.

Este es un tema incluso conflictivo muchas veces también para las religiones, ya que muchas tienen  una vertiente ocultista, pero  como en algunos casos se apartó de la perspectiva espiritual, fascinada por el poder y la seducción, esto llevó a que a lo largo de la historia hubiera fluctuaciones entre prohibir esta expresión o llevarla a su mínima expresión.

En el campo psicoterapéutico también hubo intentos de integrar el conocimiento del llamado Mundo Invisible, siendo uno de los más conocidos Jung,  hablando  de la luz y la sombra, del I Ching, y su hoy famoso Libro Rojo. Y también, como en las religiones, en el campo “psi”, estos aspectos siguen siendo los  “más oculto” de los modelos espirituales.

Evidentemente, como dice Aurobindo, los intentos de dominar lo supernatural con fórmulas mágicas, le han hecho ganar una merecida mal fama. Pero cada camino hacia la realización ha tenido su mala cara, y tal vez justamente para restarle fuerza-credibilidad a la cara luminosa.

Si nos atrevemos a repensar la espiritualidad y su relación con la clínica y la salud, tal vez también revisemos qué sería hablar del mundo invisible, e incluirlo en el abordaje como lo hace la propuesta de S. Kamienomostki, quien remarca la importancia clínica de legitimar las percepciones del mundo invisible (intuiciones, pálpitos, corazonadas, experiencias de dejá vu, o de “sexto sentido”), al mismo tiempo que no alentar las distorsiones.

Llegados ya a este punto, podemos animarnos a decir que un entrenamiento en la dimensión espiritual parece necesario y posible, si se superan varios retos: los sesgos sobre la espiritualidad, la distinción entre espiritualidad y religión, la aceptación de la espiritualidad como ciencia, y sobre todo, como dijo Perls, si nos atrevemos a desprestigiarnos. Y mejor aún si nos preguntamos, en todo caso, ¿Desprestigiarnos frente a quién? ¿Frente a nuestros colegas? ¿Frente a los pacientes?

Lo importante es no desprestigiarnos frente a nosotros mismos, estar concientes de nuestras limitaciones, pero también de nuestras potencialidades, y sobre todo,  la de los pacientes y la del proceso terapéutico.

Como nos propone K. Wilber, solo practicando la experiencia y cotejando con otros que también  lo hacen, podremos “verificar” nuestras propias conclusiones. Y tal vez nos encontremos no con un mundo sobrenatural ni mágico, sino con una maravillosa experiencia profesional.

Dra. Beatriz Boulanger
Ver CV     

Bibliografía:

—Aponte, Harry, dic 1996,  “El sesgo político, los valores morales y la espiritualidad en la formación de los psicoterapeutas”, en Revista de ASIBA, Sistemas Familiares, año 12, Nº 3, dic 1996, Bs As.
     —Aurobindo, 1971, La Vida Divina, Editorial Kier, Bs As.
     —Ferrer, Jorge José,2010, ¿Tiene un lugar la espiritualidad y los estudios religiosos en las humanidades médicas?, Revista Vida y Ética, Año 11, Nº2, dic 2010 Publicación UCA, Facultad de Ciencias Médicas.
     —Kamienomostki, Silvia B., 2011,  Pasamanos a la Conciencia. Una Psicología Espiritual para este ciclo de la Humanidad, Ediciones TICEAP, Bs As.
     —Van Vrekhem, 2000, George, The Mother, the story of her life. Edit. Harper Collins, India.
     —Walsh, Froma,1999, Spiritual Resources in Family Therapy, edited by Froma Walsh,  1999, The Guilford Press, New York
     —Wilber, Ken, 2004, Ciencia y Religión”, Edit Kairós,  Barcelona

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